CUENTO DE NAVIDAD


Al día siguiente de aprobarse la ley del Divorcio en España mis padres se divorciaron. Tan poco preocupados en destacar en ninguna faceta de su vida, en esta querían ser los primeros. Yo tenía diez años y hasta entonces había sido el niño más feliz del mundo, el niño de la sonrisa permanente. En mi cara siguió la sonrisa pero ya no era el niño más feliz del mundo y mucho menos en Navidad. Cada año al llegar estas fechas Navideñas tenía el mismo dilema, si me tocaba con mi madre sabía que mi padre estaría solo en su casa celebrando la Navidad con el señor J.B. Y que cuando sonara el teléfono de casa sería él para felicitarnos las fiestas a mí y a mi hermano llorando y absolutamente borracho. Y si me tocaba con mi padre sabía que no recibiríamos ninguna llamada de mi madre pero si íbamos a recibir su enfado en cuanto volviéramos a casa al día siguiente y sus reproches que iban destinados a los oídos de mi padre y que solo escuchábamos mi hermano y yo. Este era mi cuento de Navidad, un cuento que no se parecía nada al de aquellas películas en blanco y negro que ponían por la televisión y que siempre me gustaron aunque viera que en estos clásicos de la Navidad las Navidades fueran tan distintas a las mías.
Los años pasaron y a pesar de que cada Navidad era la misma situación, hay costumbres a las que uno no quiere acostumbrarse jamás pero de repente un día pasas de ser hijo a ser padre y entonces el cuento cambia en general y también cambia el cuento de Navidad. Todo lo ves desde otro prisma, desde ese punto de vista la Navidad es preciosa se convierte en un punto de ilusión constante y te olvidas de todas las decisiones con trampa que tuviste que tomar desde pequeño, y pasas a ser un integrante de esas películas en blanco y negro y vuelves a decir aquello de: ! Qué bello es vivir!


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